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Las mejores causas de divorcio

Con cara de póker. Así confiesan haberse quedado muchos abogados tras escuchar las explicaciones de sus clientes sobre los razones por las que quieren poner fin a su matrimonio. El cambio legal que ya no obliga a alegar ninguna causa para obtener el divorcio ha hecho que deje de suceder… Pero en los despachos de letrados y en las salas de vistas se siguen escuchando los porqués del fin de las relaciones. Y algunos se salen tanto del guión habitual que llegan a rayar lo pintoresco.

En los juzgados aún recuerdan el caso de un hombrque estaba convencido de que había sido una de las tres personas en el mundo elegida por los extraterrestres para transmitir la palabra divina. En el juicio por la separación incluso se llegó a hablar de que había tenido una «aparición» en el puente de Bouzas (Vigo, España). Anécdotas aparte, lo cierto es que la obsesión de este hombre con convertirse en predicador, motivo por el que se llegó a ir de Vigo, desencadenó la ruptura con su esposa.

Singular también fue la historia de un matrimonio vigués que se fue al traste por culpa de una secta. Una de las máximas de la congregación era que las relaciones sexuales no podían ser completas. Y la mujer, que era seguidora del colectivo, la cumplía a rajatabla. Esto acabó por minar la paciencia del marido, que pidió el divorcio. «Él decía que la quería, pero que ya no soportaba esa situación», relata una letrada.

Los celos son causas frecuentes de rupturas. Pero hay ejemplos verdaderamente excepcionales. Como el de un vecino de las afueras de Vigo, de mediana edad, que presentó una demanda solicitando la separación de su mujer alegando como causa que ella tenía 67 amantes. «No se había producido ninguna infidelidad, pero él estaba tan obsesionado con que su mujer se iba con otros hombres que hasta se celaba de los conductores de autobuses o taxis en los que iba su esposa», cuentan sobre este caso. La situación llegó tan al límite que el hombre, cuando llegaba a casa tras la jornada laboral, pasaba una barra de hierro por debajo de la cama por si había algún hombre escondido.

¿Y las suegras? Esta semana la alta corte de apelación italiana permitió a una mujer divorciarse por «la interferencia excesiva e inapropiada de los padres del marido en la vida de la pareja». «Mi esposo era el esclavo de su madre», justificó la afectada.

Un caso parecido al que se recoge en una demanda que se vio en los juzgados vigueses: el marido, ya casado en segundas nupcias, pidió el divorcio porque la suegra le salía «muy cara». Su esposa pasaba casi todo el tiempo con su madre, una mujer mayor. De viaje se iban las dos solas. Y a los mejores hoteles. «Al principio aguantó porque estaba enamorado; después ya no», recuerdan en los juzgados. 

A veces lo excepcional no es el porqué del fin de la relación, sino las razones por las que los cónyuges se pelean en pleno proceso de divorcio. «Lo peor de cada persona se saca en estos pleitos», aseguran los abogados. Una frase que no parece exagerada a la vista de algunos casos.

Como uno en el que la causa de la enconada discusión que no permitía llegar a un acuerdo sobre el reparto de bienes era quien se quedaba con un jarrón de 30 euros. Al final se lo llevó el marido. Pero en pleno traslado de casa el polémico adorno se rompió. Acabó, como el matrimonio, hecho añicos.

También terminó mal una pareja de avanzada edad -rondaban los 90 años- que decidió separarse tras toda una vida juntos. La causa de la disputa, en la que tuvieron que mediar los abogados, fue el reparto de cuatro nichos. Ambos querían los dos que estaban en la parte superior «porque tenían mejores vistas».

¿Y los hijos? «Se ven casos muy graves», dicen los juristas. Como el de una madre que estaba dispuesta a ceder la custodia del hijo a su marido si él le dejaba a ella el coche que tenía aire acondicionado.

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