La actitud de los divorciados en las celebraciones familiares
Aunque a los propios afectados les resulte difícil de asumir al principio, la tozuda realidad demuestra que el divorcio de una pareja no evita que el mundo siga girando y que las actividades habituales -tanto propias como ajenas- continúen llevándose a cabo.
Por otra parte, las estadísticas indican que, así como cada persona es un mundo, todo fracaso matrimonial presenta unas características propias. Algunos acaban con un procedimiento de mutuo acuerdo. Otros requieren la vía contenciosa. En ocasiones, la custodia es compartida. Otras veces, se otorga en exclusiva a uno de los progenitores. Pero, sea como fuere, lo que es indiscutible es que, en esta nueva etapa que afrontan por separado, tendrán que seguir compartiendo los momentos más especiales de la andadura vital de sus hijos. Eventos tales como festivales de fin de curso, graduaciones universitarias, cumpleaños o competiciones deportivas se sucederán a lo largo del tiempo y, según cómo estén dispuestos a abordar su asistencia a los mismos, los efectos sobre los pequeños de la casa serán beneficiosos o perjudiciales. Por desgracia, debido a mi experiencia profesional, conozco casos extremos en los que cualquier posibilidad de entendimiento es una mera utopía. Para el resto, sin embargo, mi tradicional optimismo no me permite resignarme y me obliga a insistir a través de estas líneas en la importancia que, en el transcurso de estos acontecimientos irrepetibles y entrañables, tiene la actitud adulta y positiva de los padres implicados. Todos hemos sido niños y hemos deseado compartir nuestras fechas más señaladas con ambas partes, tanto con nuestra familia materna como con la paterna.
Llegados a este punto, me gustaría centrarme especialmente en el sacramento de la Primera Comunión. Coincidiendo con el inicio del nuevo año, en las parroquias de pueblos y ciudades se convoca a los padres de quienes comulgarán el próximo mes de mayo a fin de concretar los detalles relativos a la futura ceremonia. Por regla general, tanto los párrocos como las personas encargadas de impartir la preceptiva catequesis infantil por espacio de dos años, citan a los progenitores para comunicarles diversos contenidos de interés. Y lo cierto es que, en la actualidad, no son pocos los menores cuyos padres están divorciados y, en cumplimiento de sus respectivos regímenes de visitas, han utilizado este acontecimiento único como imperdonable excusa para incrementar los desencuentros existentes entre los dos. Los motivos para la discusión son infinitos y van desde la propia decisión de hacer o no la comunión a la asistencia o inasistencia a la catequesis, desde la consideración de los gastos previstos como ordinarios o extraordinarios a la elección de la fecha o la confección de la lista de invitados. En definitiva, se trata de una oportunidad perdida irresponsablemente para que los chiquillos puedan disfrutar, lejos de la tensión y de la angustia, de su gran momento. Conviene resaltar que, en determinadas situaciones especiales, no es necesario ser marido y mujer. Basta con tener disposición, desde el respeto, para compartir la alegría del hijo y permanecer en un discreto segundo plano. Por esa razón, y aunque cueste un sobresfuerzo, se impone buscar alternativas y llegar a acuerdos en beneficio del menor. Transmitirle la idea de que la rabia y el rencor son sentimientos más poderosos que el amor es un riesgo que ningún adulto cabal debería estar dispuesto a correr.
Deja una respuesta